2002, El año que hubo asambleas. Parte 1.

Constitución de las asambleas.

El final del periodo menemista había llegado con un descrédito casi absoluto en los sindicatos, en políticos y partidos tradicionales y una total ausencia de respuestas de la izquierda partidaria; las voces que pregonaban algo radicalmente nuevo eran demasiado minoritarias, y cuando alcanzaban alguna trascendencia eran tildadas de ultraizquierdistas y combatidas aun desde el progresismo, o peor todavía incomprendidas. Pese a los obstáculos, en los movimientos sociales las viejas formas de emprender los cambios eran cuestionadas y se buscaban nuevos caminos.

Un anticipo de superación y ruptura se dio en el ámbito de la educación: a mediados de 1999 se pudo ver a los estudiantes secundarios y universitarios en las calles, tomando y ocupando activamente sus establecimientos, esgrimiendo nuevas propuestas e intentando autogobernar sus propios procesos. Los estudiantes saltaron las estructuras que intentaban enchalecarlos y se hicieron cargo de sus propios asuntos cuestionando de hecho la representación y la delegación. Las tomas de facultades tuvieron debates políticos muy ricos y en las asambleas se vivieron situaciones que excedieron las vivencias tradicionales consistentes en votar consignas y marchas. Hubo una defensa crítica de las instituciones de educación, lo que significaba un gran paso (así como ante las privatizaciones se esgrimía un acrítico grito de defensa, en la educación los grupos tradicionales apenas pedían un aumento de presupuesto sin cuestionar el modelo de educación, o alzaban un limitado cuestionamiento personal); 1999 representó una fuerte ruptura con las luchas tradicionales. Se vivió un intenso desborde de los organismos oficiales. Las instituciones gremiales “oficiales” o “legales” (que también funcionaban como mecanismos de control) no pudieron contener burocráticamente a sus “representados”, quedaron muy mal parados como supuestas “direcciones”, el progresismo que conducía diferentes centros de estudiantes sufría un duro repudio. Los representados se hacían presentes. Los partidos fueron interpelados y repudiados; demostraron un pleno desconocimiento de las situaciones de base, gremiales o cotidianas, desnudaron una débil inserción en las aulas lo que se traducía en poca claridad a la hora de orientarse políticamente. Voces muy minoritarias pero con cierto trabajo de años atrás emergieron con un contenido diferente: había un tipo de producción en la educación que merecía ser cuestionado, enmarcado en los cambios cualitativos del capitalismo, y por qué no autocontrolado o al menos que disputase ese mando; en otras palabras, producir con lógicas propias.

Aquella incitación a tomar nuevos roles protagónicos tuvo su saldo organizativo en los nuevos movimientos anticapitalistas de fines del 99 y del año 2000, que sembraron nuevos principios siguiendo aquella extremadamente minoritaria línea de la década de los noventa, y potenciados por las luchas antiglobalización contra el FMI, el B.M. y la O.M.C.; fueron las primeras voces en denunciar los tratados de libre comercio y el ALCA en particular a nivel local. Autonomía, horizontalidad, creatividad, estaban entre sus principios y tenían una leve conexión con los movimientos de desocupados y de campesinos que bastó para enriquecer los discursos y experiencias de unos y otros.

Pocos meses antes del 2001, se realizó un gran congreso piquetero en La Matanza, confluencia de diferentes sectores en pie de todo el país. Los movimientos de trabajadores desocupados llevaban meses de crecimiento, trabajadores de Salta, Neuquén o Jujuy eran procesados y ya había casos de presos políticos. Incipientemente se esbozaba un gremialismo diferente y cuando algunos popes del sindicalismo oficial quisieron intervenir fueron repudiados, por ejemplo Moyano líder de M.T.A. en el corte de la ruta 3. El puente entre los sucesos de Cutral Co y las movilizaciones de diciembre de 2001 estaba transitado.


Apenas un relato de los días de diciembre

Como tantas personas aquella noche, el propio 19 a la noche participamos en familia del cacerolazo generalizado; en nuestro caso sucedió en la esquina de Av. San Martin y Av. Mosconi. Lejos de la mera actitud de reclamar pasivamente, desde el inicio intentamos entre las personas presentes, una cita para el día siguiente. No olvidamos que fue bastante rechazada por quienes no querían voceros; sin embargo, más allá de nuestra convocatoria se hizo efectivo un segundo encuentro en el espontáneo cacerolazo del 20 a la noche. Insistimos en darle continuidad intercambiando teléfonos, armando citas, dando nuestros nombres, y trabajando un llamado que se plasmó días después en la Sociedad de Fomento de Devoto Norte –en realidad en la esquina para no dejar la calle- donde prevaleció la confusión; hubo intimidación policial y presencia de punteros políticos locales. “Nos querían convencer que no viniésemos, nos asustaron un poco” aseguraron esa noche algunas vecinas. Seríamos unos cuarenta, la mayoría era gente mayor; se reclamaban líderes y gente idónea, un contraste fuerte con el nacimiento de otras asambleas.

Pero del relato de aquel 19 hay más para contar: éramos muchos, había mucha tensión, pero no violencia ni hostilidad entre nos; llegaban corrillos o se escuchaba alguna radio; veíamos algo de fuego de otra reunión a pocas cuadras, en Nazca y Mosconi. De alguna manera se sabía que toda la ciudad estaba igual. Unos muy pacientes y de buen humor, otros indignados; otras ansiosas preguntando cómo canalizar todo ese malestar expuesto, se entendían con tranquilas espectadoras; casi todas con sus cacerolas o haciendo ruido con lo que estuviese a mano. Norberto era el presidente de la Sociedad de Fomento de Devoto Norte, barrio de trabajadores de clase media. Ex militante de la izquierda, estaba junto a su esposa y Mingo, otro ex activista; nos vio tratando de organizar algo para la noche siguiente y se acercó. “…Yo no puedo hablar porque tengo los dientes flojos, pero a mí me conocen. Pido silencio y vos agitá enseguida…” dijo con seguridad. Todavía recuerdo las palabras que usé: “… vecinos, vecinas, aprovechemos que estamos aquí todos juntos y tratemos de seguir reuniéndonos porque no sabemos qué puede pasar en los próximos días. Volvamos mañana e intentemos hacer una reunión más dialogada. Ya renunció el ministro, pero faltan el presidente y quién sabe cuántos más…”. Sin embargo la multitud no quería oradores. Un referente del barrio ligado al peronismo dijo en voz alta que había que quedarse tranquilos y preguntar en “el local” cómo seguiría la cosa. Otro grupo gritó “nadie habla” y se puso a cantar el himno. Norberto, de todos modos quedó satisfecho, nos pasamos los teléfonos; algunos vecinos se le acercaron, otras nos buscaron a nosotros para ver como reunirnos. Alguien que venía del corte de Nazca y Mosconi avisó que marchaban hacia el centro de la ciudad, todavía no sabían que iban a ser la marea de manifestantes que alcanzaría la Plaza de Mayo unas horas después.

La noche siguiente hubo otro cacerolazo generalizado y otra reunión espontánea en la misma esquina. Muchas de las personas que participamos nos reconocimos luego en distintas asambleas. Como sabemos, la primera noche había sido de tensión en Plaza de Mayo y de graves enfrentamientos en el conurbano. Desde el mediodía del 20 en adelante los enfrentamientos con la policía resultaron trágicos. Diez días después fue la masacre de Floresta. El 2 de Enero asumiría Duhalde como presidente en un estado de anomalía institucional inédito.

Previo al 19, hubo hechos poco recordados que valen como muestra del estado de ánimo vecinal: en el límite entre Villa Devoto y Villa Pueyrredón, vecinas y vecinos cercanas a la Plaza Martín Rodríguez de Villa Pueyrredón habían convocado una semana antes a un cacerolazo en Av. San Martín y Pareja, y allí mismo casi sin más que el propio ruido y el acercarse de otros se llamó a un cacerolazo para el jueves siguiente; este, no se pudo hacer porque el cacerolazo general lo relevó. Algo parecido se dio en la esquina de Álvarez Jonte y Av. San Martín, cuando la noche del paro general del 7 de Diciembre se reunieron en asamblea luego de estar manifestando ruidosamente, pero muy dispersos, unas pocas decenas de vecinas y vecinos.



Al acontecimiento con la ropa de todos los días

Como ocurrió con tantos compañeros y compañeras, las primeras reflexiones colectivas se dieron en los ámbitos que nos nucleaban, de los que participábamos previamente a Diciembre o donde teníamos alguna afinidad. En nuestro caso, participamos de distintas reuniones con algunos activistas del ámbito autónomo, del colectivo Primavera de Praga y 501, de colectivos de artistas, otros que se acercaron a Autodeterminación y Libertad o sectores del M.A.S. que se volcaban a la idea de la autonomía, algunos anarquistas y gente de las facultades. En esos días participamos como invitados de una reunión plenaria en el local central del M.A.S. y en una reunión improvisada en un local barrial de A. y L. al que se acercaron dos personas del P.O.; las interpretaciones eran infinitas. La más delirante se preguntaba si se trataba de un Octubre o apenas de un Febrero, comparando la situación con la revolución rusa de 1917; la escuchamos en el local del M.A.S. pero circulaba en distintos foros y hasta se fotocopiaron páginas de La Historia de la Revolución Rusa de Trotsky.

Así pegamos los primeros carteles convocando a una asamblea en la Plaza Aristóbulo del Valle, de Villa del Parque, mientras otras personas hacían lo suyo desde sus propios lugares; no había un centro convocante ni dueños de la iniciativa. Militantes de otros años y gente ajena a la política se irían acercando a dar cuerpo a una verdadera multiplicidad en cuanto a edades, situaciones, orígenes y expectativas. Como ejemplo paradójico una de las personas que sería de las más activas de nuestra asamblea nos vio pegando carteles por la calle Cuenca: se acercó y prometió venir, actitud que nos llenó de ánimo. Con él tendríamos las discusiones más duras, al volverse un referente del espacio de Colombres 25 y la Interbarrial. Se trataba de un activo participante del P.C. e I.U., de los vecinos que se escindieron posteriormente de la mano de los partidos políticos de la representación.

La Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Villa del Parque fue la confluencia de dos grupos diferentes de vecinos que se reunieron uno en la plaza Aristóbulo del Valle y otro en Av. Nazca y Álvarez Jonte. En la primer reunión en la propia plaza, un sábado lluvioso en el que confluimos una docena de vecinos, la afirmación más fuerte era la de terminar con la corrupción en la política, “…si queremos que algo cambie, debemos participar…”. En aquella primera reunión tomé estas otras notas de lo que se dijo: “…no tiene que haber más políticos…”, “…si no hacemos las cosas nosotros mismos, cuando la crisis se haga más fuerte nadie va a hacer algo por nosotros, tenemos que estar preparados…”, “…los políticos piensan primero en ellos, se roban todo, no les interesa el país ni la gente…”. Uno de los vecinos remarcó la necesidad de abrir la convocatoria, nada podíamos hacer solos. Otras señalaron que no querían hacer nada con la izquierda dadas sus experiencias frustradas, pero una vecina se encargó de señalar que había una distinción entre los partidos del sistema y los partidos con los intereses de los trabajadores, y era necesario convocarlos. Se iba desde el señalamiento de lo que no se quería más, hasta la búsqueda de dispositivos convocantes y aglutinantes, quedó como tarea la reunión en la semana para hacer carteles y la persistencia en asegurar la plaza como lugar de reunión de los próximos sábados.

Lo más convocante de esas primeras charlas era la búsqueda de soluciones comunes a problemas que se avecinaban, escasez de medicamentos y alimentos, el acceso a “servicios” esenciales en manos de las empresas; en resumen, se apeló a la propia voluntad y responsabilidad sobre el destino de nuestro futuro cercano. No se exageró con tareas inconseguibles ni invocaciones a sujetos ajenos y extraños, es decir, no aparecieron elementos que fundaran nuevas delegaciones y representaciones. Quedaron instaladas las primeras intenciones de autodeterminación y la firme voluntad de no recaer en la política que se pretendía abolir; todo cruzado por una gran vocación de aprendizaje. El camino era difícil.

La Asamblea de Devoto Norte mostró otra composición. Antes de fin de año nos reunimos con Norberto y Domingo en su casa, para convocar una reunión modesta que luego sería la asamblea. Domingo y Norberto insistían en generar una dirección consciente para el movimiento. Por mi parte, apenas esbocé que sería mejor abrir canales, que el sentido lo daríamos luego entre todos. La gente quería hacerla en la misma Sociedad de Fomento porque habían sido intimidados de diversas maneras. Allegados al Partido Justicialista se habían opuesto a la reunión alegando que no había necesidad, sembrando desconfianza e intrigas, pero un martes a la noche, con dos patrulleros muy cerca de nosotros se inició la reunión. Los vecinos y vecinas mostraron temor e incertidumbre.

En Villa Devoto mi posición fue más moderada que en Villa del Parque, argumenté alrededor de dos problemas fuertes en el barrio, faltaban medicamentos en algunas farmacias y muchas casas tenían medidores de agua que generaban boletas excesivas, y la necesidad de traer a la asamblea problemas que podíamos resolver entre todos y no en casa individualmente. Estuvo presente un asambleísta de Villa Urquiza que explicó lo que teníamos que hacer para ser una asamblea: “…hacer una bandera, elegir un lugar de reunión y votar las resoluciones entre todos, como ellos ya estaban haciendo…”. La Asamblea de Villa Urquiza era masiva, la de Villa Devoto nacía con unos cuarenta vecinos. Aunque no primaba el espíritu de auto organización algunos pocos argumentamos que no había que seguir un formato previo, que lo importante era persistir movilizados, votar sin necesidad podía ser causal de discordia si estaba la posibilidad de consensuar. Alguien reafirmó que necesitábamos nuestro proceso, que eso de votar y decidir cosas grandes vendría como necesidad. “…Si no votamos cosas no seríamos una asamblea…” contestó alguien. Estaban quienes planteaban la necesidad de nuevos líderes (dando muestras de la fortaleza imperante de la lógica de la representación).

Por una cuestión de pertenencia y posibilidades sólo seguí participando en la Asamblea de Villa del Parque, pero ambas asambleas trabajarían juntas en la zona en diversas actividades. Personalmente, valoré positivamente que las asambleas no contaran con límites rígidos; así como muchos compartimos fundaciones, también participamos enlazando actividades en el futuro. De esa manera se generaba paulatinamente una matriz de participación diferente, en red, en desinteresada cooperación. Eso no significaba que todo era absolutamente bello y utópico; estábamos cruzados por nuestros viejos vicios, el pensamiento dominante de las clases medias no estaba ajeno en cuanto a conservadurismo, prejuicios y egoísmos pero la dinámica asamblearia permitía poner en palabras los problemas, exhibir las diferencias y trabajarlas colectivamente.


Antecedentes

Capitalismo neoliberal en los años 90: ¿La única vía?

Este texto fue escrito para una revista nunca editada de la Asamblea de Villa del Parque en el año 2004, cuando muchísimos asambleístas eran incapaces de reconocerse en los procesos anteriores a la salida a la calle en Diciembre de 2001, simplemente por su desconocimiento de la historia reciente de los movimientos sociales. Apenas se han agregado algunas notas al pie.

En la década de los ´90, durante el imperio menemista, comienzan a sufrirse en la versión local, los primeros efectos de la reestructuración capitalista de la sociedad, frente a las crisis de fin del siglo. Nuevos roles en el escenario sociopolítico y nuevos enfrentamientos, configuraron un entramado de extremas desigualdades, con grados de exclusión y desocupación de niveles nunca vistos en Argentina .

Aún no se había cumplido una década desde el fin de la dictadura militar; la democracia en su aspecto participativo apenas era una formalidad, pero era la forma ganada que el grueso de la sociedad necesitaba afianzar. Bajo el alfonsinismo la política había estado en manos de los partidos Radical (U.C.R.) y Justicialista (P.J.), la corporación militar en relativa retirada y una iglesia católica en abierta resistencia. Siempre dentro de los límites democrático-burgueses, al ingenuo progresismo socialdemócrata lo acompañaba una débil izquierda partidaria . Ya con en el menemismo, las políticas capitalistas neoliberales no tuvieron fuertes oposiciones. El capital profundizaba su avanzada sobre los trabajadores mediante la reconversión iniciada con las gestiones victoriosas de Tatcher y Reagan; la reducción del gasto público parecía ser el mandato general. Sin resistencias, el peronismo se afianzó en el mando del estado con la complicidad de un aparato sindical corrupto. Con ojos en el primer mundo, alineado con los centros del capital financiero internacional y bajo un discurso indulgente y pacificador, el desguace privatizador de la esfera estatal fue el dogma gubernamental, bien lejos de todo pasado .

De alguna manera, había una clara continuidad con los gobiernos militares de los setenta y ochenta, comandada por sus cuadros económicos que ocuparon importantes roles. Las regularidades las encontramos en las imposiciones políticas del FMI y los centros de poder. Alfonsín hablaba de gobernabilidad, Menem de modernización. Distintas variantes para promover la aceptación de la dominación económica y el enmascaramiento de su forma, una división internacional del trabajo con beneficios en una sola dirección y la adecuación de la estructura del país a las nuevas configuraciones del capital que apostaba a lo financiero sobre la producción.

La participación de las mayorías en las grandes decisiones era nula. Como decía un manifiesto de fines de los noventa: “la política estuvo secuestrada” , su banalización alcanzó niveles inimaginables con una complicidad popular inédita.

Promediando la década, emergen nuestros “nuevos movimientos sociales”, una leve generación de canales alternativos de participación y resistencia. En la constelación de luchas latentes sobresalen algunos hitos: en diciembre de 1993 es el Santiagueñazo; en ese tiempo el jujeño Carlos Perro Santillán aparece en escena; en Catamarca se producen las marchas por María Soledad; en abril de 1995 es asesinado Víctor Choque; el 25 de Junio de 1996 es la primera pueblada en Cutral Co, de características inéditas y un año después, allí mismo, es asesinada Teresa Rodríguez; en esos tiempos estallan los conflictos del noroeste en Gral. Mosconi y Tartagal. Los rechazos estudiantiles a la Ley de Educación Superior, las sentadas en las calles de los estudiantes secundarios, y otros conflictos que no han sido tan conocidos, fueron distintas maneras de un nuevo protagonismo político caracterizado principalmente por una ruptura con la lógica de la representación. Su alteridad estuvo dada por una separación de las formas políticas tradicionales y sus canales; realizada por sujetos que ejercían por primera vez simples acciones de protestas o por personas de diferentes tradiciones militantes que buscaban salir de los carriles obturados y resquebrajados; el grueso de los lazos sociales solidarios desde la dictadura del año 1976 en adelante había sido destruido.

Estos nuevos actores hacían su experiencia en torno a asumir la presentación de los cuerpos sobre la delegación de la representación política. Hubo reapropiaciones de los espacios públicos y resignificación de una multiplicidad de prácticas que desconcertaron al establishment; este a su vez intentó cooptar a estos nuevos emergentes, o estigmatizarlos. Ante la pérdida de la capacidad de parar la actividad laboral, el piquete, los cortes de rutas y calles, pasaron a ser herramientas de visibilidad. Al tomar la comunicación, un rol preponderante en las relaciones sociales capitalistas, su interrupción cobraba un carácter antagónico de lucha y resistencia.

Con distinto grado de crítica, antagonismo y efectividad; recapturados por el sistema o manteniendo viva la radicalidad, se recreaban formas potentes como la revocabilidad, el asambleísmo y la horizontalidad. Estas intervenciones políticas que muchas veces convivían con lo tradicional tomaron un color distinguible por sí mismo en el arco social por su visión no profesionalizada de la política, un acercamiento paulatino -y práctico- a posiciones anticapitalistas y su apertura a la creatividad. No estamos diciendo que estos caracteres se daban simultáneamente, ni en formas puras, ni que estaban absolutamente erradicadas las viejas formas; como todo proceso eran frutos de superaciones y confrontaciones, de aciertos y errores.

Estas apariciones eran la contrapartida a la crisis y el descrédito de las herramientas establecidas e institucionalizadas de lucha y resistencia, los sindicatos y los partidos tradicionales; impulsadas ante la corrupción generalizada y la falta de respuestas oficiales. El frente que encontraban era amplio; hubo reacción en los representantes del sistema y esfuerzos de la oposición en representarlos y dirigirlos: el amplio abanico de la izquierda partidaria y el centroizquierda legalista, tampoco las conducciones sindicales y estudiantiles burocratizadas no toleraban la crítica de hecho a la representación; la competencia llevaba a intentos sistemáticos de colonización de los procesos, alcanzando situaciones abortivas al violentarse los tiempos de constitución propios de los movimientos.

Fueron experiencias que exaltaban la alteridad no por sí misma, sino como una actualización al enfrentar formas de dominio que también innovaban. Frente a lo dado, se aprendía y creaba. Con fuertes contradicciones y graves errores; con más preguntas que respuestas, la interpelación reemplazó a la consigna. ¿Cuál era el sujeto de los cambios en ese presente? ¿Qué lugar estructural ocupaba un desocupado? ¿Qué producíamos los estudiantes? ¿Cómo organizarnos los trabajadores tercerizados? Un tiempo de nuevas identidades se hacía un lugar.

Hubo algunas acciones de tal importancia, que dejaron una profunda huella en las subjetividades: la sesión del Congreso Nacional por la sanción de la Ley de Educación Superior rodeado de estudiantes y defendido por la Policía Federal; la desazón del secretario de un juez al no poder mediar en el lugar de un conflicto en un corte de ruta, con un representante piquetero; el rechazo a los políticos cuando estos pretendían presentarse como interlocutores e intérpretes naturales de los directamente implicados.

En muchos casos la acción política no se separó de la cotidianeidad o se incorporó casi totalmente , en otros la lucha colectiva desechó la individualización estatal de los conflictos, contrariando la matriz ciudadana naturalizada para asumir nuevas identidades (por ejemplo la identidad de trabajador desocupado al utilizar colectivamente un subsidio otorgado al individuo). Marcas que dejaban como saldo pequeñas muestras de autogobiernos, o al menos de intentos de autoconducción del movimiento y de la lucha abierta durante su persistencia. Se verificaban pautas donde la única construcción genuina comenzaba por lo local, era indelegable y con medios propios; era la base real para una crítica de la relaciones de poder establecidas. Esas verdades provisorias abrían nuevos interrogantes sobre las formas organizativas, la relación con el estado, los objetivos, los métodos y estrategias, y por fin, los sueños de una nueva sociedad.

Se podrá argumentar que esos cambios no plasmaron en la ocupación de lugares institucionales de gobierno o de la administración pública, muchas de las críticas a los movimientos autónomos apuntan a eso; una respuesta posible es que a través de una red de prácticas que se va conformando, se van instituyendo las alternativas reales de las nuevas subjetividades. Hablamos de conquistas en el terreno de las prácticas, del sentido común; de cierta visión del orden social con creciente descrédito de lo estatal y el rechazo de la lógica de acumulación mercantil; sabemos firmemente que estos baluartes son la precondición para que algún tipo de cambio persista.


La agenda asamblearia

En Villa del Parque, a las asambleas de los sábados llegaron a concurrir más de trescientas personas en su mejor momento. Los martes se reunían las comisiones de trabajo que eran una decena. Los domingos se participaba de la Asamblea Interbarrial de Parque Centenario y los viernes íbamos en tren al cacerolazo semanal en Plaza de mayo. Posteriormente se agregó el miércoles como día de reflexión y debate, algunos jueves se exhibían cortos cinematográficos. Apenas enumeramos lo más importante de los primeros meses. Al poco tiempo contamos con la Asamblea Infantil de Villa del Parque y un grupo de artistas cercanos que colaboraba en los eventos culturales.

Participamos en familia incorporando la acción barrial y pública a la agenda cotidiana, sobredeterminándola de tal manera que casi todo giraba en su órbita, como pasó en tantos barrios. Entre las primeras preocupaciones sobresalía la necesidad de auto determinarnos, definirnos, salir del encasillamiento con el que se nos concebía exteriormente. No éramos simplemente integrantes de una clase media indignada, ni ahorristas estafados (casi no había en nuestra asamblea). Los pocos que sufrían el corralito minimizaron ese problema ante el resto de los planteos, no estaban allí por su dinero capturado. En la pequeña asamblea de Villa Devoto nadie se presentó como ahorrista, en la masiva de Villa del Parque eran unos pocos sumados a las víctimas de los créditos hipotecarios y un alto número de inquilinos en situación precaria.

La supuesta despolitización de las reuniones era desmentida por el contenido de las discusiones y la búsqueda de objetivos: ya en la primera asamblea en la plaza hubo quien se encargó de afirmar que estábamos haciendo política, pero que estábamos dejando atrás una forma particular de entenderla. Intentamos diferenciar a los partidos del sistema de los que se podrían sumar -de hecho, al ir llegando paulatinamente la izquierda partidaria fue aceptada- aunque muchos vecinos los repudiaron desde el comienzo por haber tenido en el pasado, malas experiencias con ellos. Lo que constatamos desde el inicio del proceso, fue que intentaron conducir un movimiento que nunca llegaron a entender.

El pedido de renuncia y los escraches a los integrantes de la Corte Suprema extendía a los tres poderes republicanos la interpelación al cambio. La persistencia del “Que se vayan todos”, el afán de llenar de contenidos ese grito desmentían toda supuesta vaguedad. Estaba claro que no se trataba de poco tiempo el que se necesitaba, y parte de la lucha era ganarlo; por otro lado, nunca faltó el reclamo interno de generar un proyecto. En estos puntos se ven los primeros choques con los partidos: ellos ya tenían sus proyectos, pretendían saber la salida; tenían las personas (que asuman Zamora – Walsh decían algunos, Asamblea Constituyente decían otros). La urgencia fetichista de terminar la obra marchando y marchando a Plaza de Mayo era el delirio del que las mayorías no participaban, o le irían dando la espalda paulatinamente. Si la asamblea iba a ser integrada a la cotidianeidad, debían descartarse los ritmos inaprensibles que se proponían desde algunos sectores. Si habíamos asumido el derecho de decidir los propios pasos necesitábamos tiempos para pensar, elegir, decidir. Se presentaba el problema de cómo llevar esa micropolítica al nivel de un país, el gran dilema a resolver; ni se negaba la cuestión ni se aceptaban las recetas preestablecidas o diseñadas exteriormente. Ilustremos con un ejemplo: el Partido Obrero pedía Asamblea Constituyente como en diversas ocasiones históricas ya lo había hecho, sin tener en cuenta que el protagonismo y la decisión quedarían así nuevamente en manos de los partidos mayoritarios; esa consigna nunca fue adoptada.

De a poco, decenas de cuestiones que hacían a la vida cotidiana eran tomadas por las asambleas como problemas prácticos a resolver. Quienes entendían de aquellos diversos tópicos aportaban desde su lugar, se reunían docentes, se reunían médicos y médicas, si había que formarse circulaban textos, se buscaban datos y estadísticas, cifras, se generaban o difundían saberes. La cuestión de los medicamentos genéricos hoy tan difundidos hizo frente a la lógica mercantil de los monopolios de los laboratorios; la lucha por la igualdad de géneros; la aceptación de minorías sociales; profundos problemas de conflictos en el uso del lenguaje o en costumbres instaladas y hasta situaciones aparentemente banales eran desnudadas en tanto naturalizaciones de instancias de poder y dominio. Justamente, desnaturalizar lo dado se volvió casi un programa de acción.

Una anécdota ilustrará las maneras de delinear caminos en aquellos días. Una de las tardes de comisiones, en esos martes que arrancando a las seis de la tarde perduraban hasta las diez u once de la noche -aun en el invierno, a la intemperie de la plaza las reuniones se volvían interminables- un vecino propuso separar de la basura lo que todavía podía considerarse comida y dejarlo a disposición en recipientes separados. La situación no cambiaba mucho, se eludía el problema que había que erradicar, con una solución bastante cuestionable. Gente en la calle, que comería las sobras de la basura. Discutimos bastante, improvisamos ideas. Alguien propuso exigir que la Iglesia abra un comedor; esbozamos edificar algún espacio de acopio en la estación de trenes, y etcéteras varios. Luego de pensar, extender la pregunta y encontrar que otros vecinos en otras comisiones tenían inquietudes similares, nos dispusimos a organizar un merendero. Pocos meses después se iba a plasmar una olla abierta con los cartoneros del barrio; la olla fue un proceso de trabajo conjunto, con aristas riquísimas donde hubo una interrelación muy productiva. De alguna manera, se incorporaron a la asamblea, o fueron parte de su potente entorno.

Los debates eran muy ricos y para muchas personas, absolutamente inéditos. Las preguntas se multiplicaban ¿Bastaba con la mera acción solidaria? ¿Cómo impregnar un alcance político a esa solidaridad? Íbamos encontrando que en la lógica de las acciones estaban los propios criterios en identificación con los objetivos, o dicho de otro modo, los fines determinaban de alguna manera nuestros pasos presentes. Ya no se trataba solo de conseguir objetivos, sino también de crear y cuidar las formas de hacerlo. En cierto modo, era una potente crítica a la teleología, a la resignación del presente que percibíamos cambiaba con nuestras prácticas, cambiándonos.



¿Cómo seguir?

Si en aquellos días había incertidumbre en todo el país, el interior del movimiento asambleario no era ajeno; con un optimismo ingenuo, preguntábamos una y otra vez sobre nuestro destino inmediato con un grado de protagonismo inédito, involucrados. Pero si queríamos profundizar las respuestas era necesario confrontar ideas, discutir, escuchar historias, aprender. Lo que devendríamos dependía de nosotros y nosotras, casi unilateralmente si exagerábamos ese optimismo, y muchas personas nos sentamos a escribir. Paradójicamente, también hubo resistencias ante las palabras. El siguiente es un texto que presenté en la asamblea, para debatir y presentar una crítica a la dinámica que nos estaba impregnando el movimiento político tradicional; fue publicado en nuestra revista Conmovidos en los primeros días de asamblea. Sufrí intimidaciones al difundirlo. Se suponía que alguien que entregaba un escrito estaba ligado a un partido, o tenía planes siniestros para el conjunto. Se comenzaba a esbozar que cualquier crítica eran palos en las ruedas, que se venía a destruir, o se hablaba de soberbia. En el texto cuestionaba la dinámica que impregnaba la izquierda partidaria. Desde ese espacio venía la reacción, casi policial. Era una acción reactiva de ciertos guardianes del pensamiento.

“La puja entre la población indiferenciada y el establishment político señala algunos límites que indican que estamos en un momento de tensión, que aún no se puede resolver en ninguno de los dos sentidos. Tal como están las cosas el establishment no puede avanzar demasiado con más medidas impopulares -su única tarea- y por otro lado, el pueblo no entró aun en definiciones políticas claras de poder y de organización masiva porque está todavía constituyéndose con un mar interno de contradicciones.

La formación de asambleas vecinales es la expresión más genuina de la crítica a la representación política separada de la población. Con las asambleas ya asumimos que la política es nuestra porque atraviesa toda nuestra vida, y muchísimos vecinos se encargan de aclarar que aunque no quieren partidocracia, están haciendo política. El grito ¡que se vayan todos! así lo expresa, pero aquí surgen las dudas y los problemas a resolver.

Si se van todos, ¿a quién ponemos? Las variantes incluyen elegir nuevos representantes -aquí volveríamos al sistema anterior. Otra variante: no poner a nadie y construir desde las asambleas nuevos mecanismos de decisión política. Esta sería la de mayor alcance, pero ¿cómo resolveríamos los problemas urgentes y cómo se construiría? Una tercera variante a considerar sería la política que están llevando adelante los partidos de izquierda y centroizquierda que estando con las asambleas, convocan a elecciones o no renuncian a sus cargos políticos, queriéndose diferenciar de ese ¡que se vayan todos! y asegurando que solo se trata de dirigir bien al movimiento, o de conducir bien la nación.

Cualquiera de estas u otras opciones necesitará un debate político en la base de la sociedad, en las asambleas, en las actividades barriales, y en todo momento de encuentro social. La idea de marchar interminablemente, todos los días, sólo rezando consignas demasiado abstractas o simplemente vacías atenta contra la auto constitución del movimiento. La idea de abandonar la construcción cotidiana y de largo alcance en el tiempo, porque la coyuntura lo exige no nos dejará construir poder, y la ansiedad de decidir, votar, inventar instituciones que encaucen el movimiento nos hará olvidar que aun somos pocos los que nos organizamos. Trescientas personas en una asamblea barrial no son una fuerza masiva que tenga derecho a decidir nada que exceda a su pequeño cuerpo, y la tarea primordial que debe darse es la de crecer, hasta ser arrollada por la multitud barrial plena. Una asamblea interbarrial de tres mil personas es un logro enorme, pero decidiendo por los millones de la ciudad y dictando pautas al resto del país -por ejemplo el cacerolazo nacional, por ejemplo la trampita de un partido de querer introducir la votación de un paro nacional- se vuelve irrepresentativa y se coloca como otro gobierno por fuera de la gente.

La discusión de hacer las cosas por fuera de las instituciones establecidas -las asambleas populares vecinales lo son- o la puja por entrar en el juego de la democracia que tenemos necesitará muchísimo tiempo y calma. Por lo pronto habría que cuidarse de los intentos de institucionalizar y poner en caja el movimiento porque cualquier tipo de elección que convoque el gobierno nos dejaría de lado y se legitimaría una salida con más de lo mismo. Al delirio de nuestra izquierda de creer que se podría ganar con alguna figura prestigiosa, al delirio de regalar la nueva constitución a una asamblea constituyente cuando todavía las asambleas barriales recién se están constituyendo, al sueño hipócrita de los que creen que desde una banca denunciante se tumba todo un infierno, o a la infamia de los que entran en la rosada a dialogar y no pisan un barrio hay que darles la espalda.

La propuesta es fortalecer principalmente las asambleas barriales mientras buscamos mecanismos de organización, usar los espacios de encuentro (la Interbarrial y otros) como eso mismo: encuentro e intercambio, y no como nuevos gobiernos que nos dicten consignas para los volantes. Y por último, mantener estas nuevas formas donde somos personas con nombres, deseos y voluntades, personas que se conocen y se comunican, cuerpos que se juntan. De ninguna manera frentes impersonales o compañeros de facciones. Construir poder local porque se crece realmente si es desde abajo. Cómo hacerlo es lo que semana a semana puede ir surgiendo creativamente en cada asamblea barrial, afianzándonos en nuestros lugares cotidianos como única manera de aportar a una construcción más vasta” .


Sábados de radio

La cuestión de los medios estuvo desde el principio. “Tenemos que llegar a los medios” era una propuesta repetida, “seamos nuestros propios medios” dijimos otros. La Asamblea de Villa del Parque contó desde el principio con su comisión de prensa, y nos reuníamos los martes junto al resto de las comisiones. Asumimos varias tareas, algunas imprescindibles: en las primeras semanas ya había un boletín semanal, una revista de la que salió apenas solo un primer número, una radio abierta que funcionó los primeros sábados del año; se hicieron volantes y carteles y en ese hacer se discutió la lógica de trabajo. Hubo diferencias en los contenidos, las formas de comunicar, y los objetivos; unos vecinos reducían la tarea a sumar gente a la asamblea, convocar a las marchas de los viernes a Plaza de Mayo y difundir las consignas del movimiento asambleario: que se vayan todos, no al pago de la deuda externa, fuera la corte suprema. Para la izquierda partidaria ese era “el programa” de las asambleas y la izquierda; otro sector intentaba dar cierto contenido a la participación, involucrando a la población desde un lugar más activo y crítico que el mero marchar. Ambas lógicas convivían, pero para abrir canales de participación activa necesitábamos dar mayor contenido a nuestro mensaje. Nadie se negaba a marchar y volantear, pero no todas las personas compartían y se disponían a la construcción local.

“…Ya no nos contentamos con salir a golpear nuestras cacerolas y exigir Que se vayan todos. Hoy nos acordamos que no hay ningún líder ni ningún partido que nos salve de la ruina y nos dimos cuenta que nuestra única fuerza somos nosotros mismos…”, “…en nuestro Villa del Parque los vecinos salimos impulsados por la necesidad mutua de encontrar soluciones y comenzamos a reunirnos, primero unos veinte, después ochenta, después doscientos, empezamos a conocernos y a animarnos a soñar con un país distinto, donde empecemos a hacernos respetar por quienes hace mucho ya no nos representan. Sin partidos políticos y en pie de igualdad colectiva empezamos a recuperar el derecho de hacer política, la política genuina del pueblo”. “Cada voz vale lo mismo que cualquier otra y todos podemos opinar y proponer”. “Los medios de comunicación (salvo poquísimas excepciones) han demostrado una vez más que responden a sus propios intereses y sólo cuando les conviene a ellos enarbolan la bandera de la libertad de prensa” (20) .

Un sábado, en la radio abierta que instalábamos en la esquina de la estación, tomamos el diario que traía el vecino Carlos, y lo estudiamos: “A partir de la devaluación, los precios ya aumentaron un 5 %” decía el titular. Parecía tratarse de un proceso sin sujeto. Otro se refería a los santiagueños que hacía meses que no cobraban su sueldo: “Un día de furia alteró la calma de los santiagueños”. ¿Cuál era el motor que alteró la calma? ¿El día de furia o las acciones de los gobernantes? Nos estábamos anticipando a la conocida crítica del trágico titular de Clarín por los asesinatos del Puente Pueyrredón, “La crisis causó dos nuevas muertes”. Para muchas personas aquellas críticas eran toda una novedad. También leímos el editorial: “…Ocurre que el país parece haber agotado las instancias normales de deliberación democrática como mecanismos suficientes de canalización y resolución de sus problemas más críticos. Al mismo tiempo, la capacidad de convocatoria que tiene cada actor por separado se muestra desgastada o limitada, aun en el caso de las más altas responsabilidades políticas”; lo estudiamos, desmenuzamos, llevábamos al conjunto las inquietudes emergentes. Con el paso de los sábados agregamos funciones, leíamos en público noticias de los movimientos sociales, armamos grillas para visitar programas radiales, intentamos una hemeroteca.

Tuve la suerte de hablar representando a nuestra asamblea en Parque Centenario, el segundo sábado que concurrimos; allí propusimos un escrache -que se hizo y fue masivo- al multimedios del Diario Clarín, planteamos recuperar la frecuencia de la Radio de la Ciudad –uno de los pocos medios que prestaba sus micrófonos- y resaltamos que poner en pié el canal comunitario Utopía -del que un compañero había hablado unos minutos antes- era una verdadera muestra de autonomía. La cuestión de los medios nunca fue abandonada por la asamblea; en el año alcanzaríamos a publicar un boletín semanal, un número de la revista Conmovidos, el periódico En La Plaza, visitamos radios amigas y aun hoy ex asambleístas de Villa del Parque sostienen diversos emprendimientos de comunicación.

A mediados de Febrero los periodistas Lanata y Verbitsky hicieron su programa desde la Asamblea del Parque Rivadavia. El programa se le fue de las manos, mejor dicho, la asamblea nunca aceptó tomar el formato de programa televisivo. Además, fue una muestra de la novedad que instalaban las asambleas: ante el extremismo asambleario expresado en las consignas “Que se vayan todos” y “Fuera la Corte Suprema”, los periodistas mostraron claramente estar fuera del movimiento, dentro de la política interpelada. El planteo de Verbitski limitaba la crítica a solo una parte de la Corte, proponiendo al congreso como agente ejecutor del proceso, pero no quedaba allí, de alguna manera pedía un freno a la crítica a la democracia. El movimiento que a tientas proponía superar la democracia con otra forma de democracia, intentaba ser detenido en la opción democracia-dictadura, congelando o retrotrayendo la situación; para el incipiente movimiento la postura resultaba reaccionaria. Los medios no volvieron.

20 . ¿Quién dijo que las cacerolas sólo hacen ruido? Volante, Asamblea de Villa del Parque


¿Libertad o control?

Los primeros viernes de Enero realizamos marchas con cacerolazos por el barrio, donde confluíamos varias asambleas de la zona. Como era de esperar, hubo tensiones y diferencias en la organización. A mediados del mes hubo una marcha importante que se proponía unir nuestros barrios más cercanos. La comisión de seguridad de la Asamblea de Villa del Parque armó un corralito con una bandera argentina alrededor, que alcanzaba los primeros metros de la marcha. ¿De quién defenderíamos el cuerpo, era la pregunta que estaba sin respuestas? El resultado era que quedaba establecida una separación entre asambleístas y la vecindad que se asomaba en puertas y balcones. Mucha gente estaba en las veredas, aplaudiendo, haciendo ruido, sumándose. El corralito era traspasado permanentemente; no faltábamos quienes íbamos a la vereda a charlar con la gente que se acercaba (había quienes dejaban de ser espectadores y se hacían un lugar entre la marcha), otras personas se sumaban a la retaguardia de la caravana –ya sin corral- y establecían contacto, intercambio, arrimaban preguntas, acercaban aliento.

La asamblea había comprado un megáfono que pasaba de mano en mano, aunque no cualquiera lo quería o se animaba a usarlo. Nadie hacía un uso monopólico de él. Se invitaba a participar, se informaba el horario de reunión, etcétera. Uno de los partidos que participaba tenía el suyo propio. Repetían insistentemente un canto que la gente no tomaba, hasta que hubo quienes se acercaron y les plantearon el problema. Los argumentos fueron varios: no dejaban lugar para improvisar, aburrimiento, monopolio, etc., etc. La charla siempre en buenos términos finalizó cuando uno de los vecinos les pidió prestado el aparato y ahí aceptaron, no a la cesión sino apagarlo un rato. Se hacían visibles las diferentes actitudes para relacionarnos, aparecían las primeras mezquindades.

Estimamos que pasaron más de dos mil personas; desde los balcones o las puertas de las casas los vecinos aplaudían, se sumaban, alentaban. Ya con más de quince cuadras de caminata, los vecinos más viejitos se retrasaban, los que estábamos con chicos mirábamos al cielo porque comenzaba a lloviznar, pero el clima era festivo: no había disputas por el megáfono ni por llevar la bandera, encendíamos maderas en algunas esquinas y garantizábamos que las calles quedaran cortadas, sobre todo para garantizar la seguridad. Nazca es una avenida de paso de camiones y les explicábamos a los choferes pasos alternativos, sabiendo de otros cortes en barrios vecinos.

Para esa marcha se había pautado en la asamblea un recorrido limitado, y bastante largo por la confluencia con las otras asambleas. Estaba naciendo nuestro espacio interzonal de los barrios del noroeste porteño. Tomaríamos Nazca y al llegar a la Avenida Jonte debíamos doblar para volver hacia la plaza y desconcentrar, pero hubo gente que quiso seguir hasta la Plaza de Mayo (a 7 u 8 Km del lugar). Una fuerte discusión se dio por la intención –razonable y potente- de algunos vecinos de seguir hasta Plaza de Mayo. Lo descabellado era su pretensión de ir todos, ya que había niñas y niños, gente mayor, o quienes estábamos cansados de un día largo de trabajo. Quienes pretendimos volver a la plaza, fuimos acusados de disolventes y divisionistas. Fundamentalmente el MST era el grupo que más rabioso estaba con la idea de votar y seguir. La lluvia ayudó a decidir, lo que algunos resistíamos era la noción de dictadura de la asamblea (sobre todo contra los niños presentes, dijimos con ironía), una vecina muy mayor rechazó el argumento del centralismo democrático recordando su pasada militancia en la izquierda, tenía alrededor de setenta años, estaba feliz y quería volver al día siguiente a la asamblea en la plaza. Enfrentó duramente a aquellos jóvenes autoritarios. Finalmente, al ver que no había negación a que se llevaran la bandera, un buen número de vecinos siguió en marea humana descendiendo por Nazca hasta Rivadavia, nutriéndose de otras marchas que venían de Gaona, Juan B Justo, Avellaneda.

La violencia (verbal, pero no por eso menor) no quedó en esa esquina. Esa noche dos vecinos repartimos sendos textos con opiniones personales, y firmados; unas pocas fotocopias, Fuimos increpados, No había argumentos, era la simple intención de controlar la crítica. Con el otro vecino no nos conocíamos, su texto pedía elecciones, más democracia, lo antes posible, no estábamos muy de acuerdo pero conversamos caminando por Nazca junto a otros. Buscábamos la forma de superar nuestras consignas básicas. Para la izquierda esas consignas eran todo un programa.

El compañero no pisó más la asamblea. Al día siguiente me exigieron transparentar de qué organización era parte: ya había un grupo monolítico autoerigido en guardián, que no podía concebir que alguien particular, independiente, esgrimiese ideas y opiniones. Menos entendía que esas ideas eran un producto colectivo, a lo sumo llevado al papel de manera individual y que lo mejor era debatirlas. Quisieron echarme de la asamblea que co-fundé con algunos pocos más, de la que con el tiempo me volví junto a otras personas, referente de mi asamblea, ¡como todos y cada uno de los que participamos! “Todas éramos referentes, todos éramos la asamblea…”. (De un cuaderno de notas personales).

Había comenzado el criterio de intentar someter la totalidad del conjunto a la dictadura de “la asamblea”, las diferencias comenzaban a ser reprimidas; era la traspolación del centralismo democrático de la izquierda partidaria a las organizaciones de nuevo tipo que estábamos fundando.

Se delineaban dos líneas con sendos criterios: una optaba por cierta horizontalidad y proponía no construir un colectivo que se impusiera autoritariamente sobre los individuos que lo componían. A la vez cuestionábamos el marchismo propuesto por la izquierda sin detenernos a pensar sobre lo que estábamos viviendo, medir los pasos; otro vecino propuso buscar sistemas de consenso que superaran la imposición que seguía a la votación tal como se estaba dando en la asamblea. La otra línea se declaraba “política” y propiciaba una unidad abstracta que devoraba las diferencias. El poder, para esa mirada, estaba en el sillón que ocupaba el Doctor Duhalde y había que llegar allí. Como sea. Ante la búsqueda de instancias que permitiesen un trabajo de base, la izquierda partidaria cabeza de esta línea daría la espalda a esas actividades. Su mirada apuntaba hacia el estado, entendiendo por él, un lugar “político” que había que ocupar o tomar.

El progresismo también tenía su costado estatalista y operaba con una fuerte desconfianza en la horizontalidad, que se sumaba al propio terror de caer en cualquier tipo de radicalismo. En el primer plenario de asambleas de la zona noroeste, se produjo una discusión muy significativa. El debate se había planteado en función del mapa de comunas de la Ciudad de Buenos Aires, y nuestra supuesta pertenencia a determinados distritos electorales. Eso produjo un fuerte rechazo en asambleístas más críticas. Teníamos una propia territorialidad que excedía los límites oficiales, sostenida en las movilizaciones a las sedes de las empresas privatizadas, en las tareas comunes que entrelazaban espacios con potencialidades ilimitadas; fundamentalmente autogestiva. La participación estatalista se limitaba a consensuar gestiones administrativas, era la vía electoral y se intentaba encarrilar las aguas hacia allí.

Al concluir el encuentro teníamos que dejar un informe escrito que resumiese el debate. Personas de Villa del Parque y Villa Pueyrredón expresamos que se trataba de fundar matrices de verdadera participación popular, que dieran lugar a la presentación sobre la representación, que rompiesen con la delegación imperante. Otras asambleístas de Villa Real, de Villa Devoto y de Monte Castro ligados a la C.T.A., al P.C. y al Fre.Na.Po. que era un grupo fuerte en la zona, se negaban a escribir en esos términos, lo que casi todos y todas habíamos acordado. El núcleo de la negación era que se trataba de “palabras huecas”, que “no tenían sentido”, sin poder esgrimir otra alternativa que no sea alusiones abstractas a la democracia participativa impulsada por el progresismo. Nuestra crítica apuntaba a que los canales participativos que propiciaban institucionalmente aun antes de diciembre de 2001, expresados en las discusiones sobre la ley de comunas, desmontaban el estado de movilización existente y retrocedía el sistema de articulación naciente al régimen existente de partidos. Se llegó a la situación grotesca en la que un vecino que había pertenecido al P.C. pidió que levantaran las manos las personas que tenían menos de veintiséis años, y al ver que eran muy pocas y no había identidad entre radicalidad y juventud, nos preguntó directamente a quienes sosteníamos aquellas “posiciones extremas” si estábamos a favor de la lucha armada. Esa tontera cerró la discusión; propusimos escribir todo cuanto se dijese aun con las diferencias encontradas y pese a la nueva reacción (entendían que se debía concluir el documento en un solo sentido) quedaron documentadas ambas expresiones.


Autonomía

En las asambleas se hicieron comunes palabras y categorías desconocidas para muchos o desvalorizadas en otros tiempos y lugares. Horizontalidad para lo organizativo; multitud, vecino, asambleísta como difusas designaciones de trabajadores, ciudadanas, desocupados o camaradas; asamblea como órgano deliberativo y ejecutivo de los propios pasos, o como núcleo de organización y pertenencia; por fin: autonomía.

La primaria independencia política que comenzó negativamente como desconfianza, separación y rechazo, pronto se entendió en tanto construcción, como autonomía, como búsqueda de las propias leyes de auto constitución. Este proceso en algunas asambleas se fue determinando luego de más de un año de experiencias, debates, pensamientos colectivos y una paulatina formación, hacia la relación de oposición al capital, al estado, aun con las diferentes ópticas y conceptualizaciones generadas.

Los roles asumidos por los diferentes sectores ayudaron a la autodeterminación, en virtud de las propias prácticas inmanentes a los espacios, pero ese fue un segundo movimiento; el comienzo fue rotundamente negativo y por oposición a lo dado. Luego, algunas asambleas tomaron distancia de diferentes sectores, según los conflictos y objetivos cercanos y constituyendo fines propios.

Hubo vecinos que no querían tener ninguna relación con los políticos, y otros proponían una relación de exigencia. A Villa del Parque por el alto número de participantes se acercaban militantes de diversas corrientes independientes, quienes con cierto respeto escuchaban, opinaban pero se abstenían de participar en las votaciones o decisiones. Aún así, el progresismo intentó encarrilar al movimiento tras sus bloques parlamentarios e imprimirles algunas consignas propias.

Durante uno de los primeros sábados en la plaza de Villa del Parque se dio una fuerte discusión entre referentes del Fre.Na.Po., del Ari y de los restos del progresismo que dirimían quienes tenían más derecho a representar a la asamblea en el barrio en función de un supuesto trabajo previo al 19 y 20. Los gritos ocurrían mientras la mayoría miraba expectante, sin poder siquiera opinar. La condena se canalizó en los rechazos a cada una de sus propuestas, desde delegados propios hasta un enlace con diputados y legisladores, rechazando también una consigna y una simbólica pero no inocente propuesta de remera que “representaría” a los asambleístas.

La relación con los funcionarios del estado era de distancia. La comisión de cultura organizó un pequeño evento y se usaron equipos de sonido, tarimas y sillas prestados por el C.G.P. del barrio. Pocas días después, la diputada Ocaña envió una comunicación a las asambleas invitando a debatir el presupuesto nacional para el año 2002 en un intento de separarse de la generalizada interpelación expresada en el Que se vayan todos; los asambleístas de A.y L. pretendían también considerar a su líder como una excepción que debía ser salvada del señalamiento pero uno a uno abandonarían la asamblea o al partido según el caso.

“En cuanto a la relación que esta asamblea pudiese establecer con alguna instancia de gobierno, propongo: Quien tenga algún interés de dialogar con alguna instancia de gobierno con carácter de vecino de la asamblea, tendrá que presentar el tema o problema a la asamblea para que esta decida su pertinencia y necesidad. En caso de que el tema o problema resulte relevante esta asamblea elegirá de sus seno los voceros o interlocutores que crea idóneos para plantear la cuestión (con la condición que dichos voceros sean rotativos de acuerdo a las cuestiones que se quiera tratar. Las charlas o diálogos deberán ser organizadas de manera tal que sean avisadas previamente en esta asamblea con día y hora fija para que puedan concurrir con sus cacerolas todos los vecinos que lo deseen (…) Cualquier otra instancia de dialogo o relación que no se atenga a estas condiciones no será reconocida por la Asamblea de Villa del Parque. (Leído y aprobado por una vecina en la asamblea del 23 de Marzo).”

Paralelamente, la dinámica que resultaba de participar en la Asamblea Interbarrial de Parque Centenario presentaba el problema de la relación entre lo general y lo particular, la construcción local debía aplazarse ante las innumerables marchas y declaraciones que se proponían desde allí. Una vecina acercó una propuesta y su fundamentación para frenar el desgaste que se precipitaba, aprobada el 2 de febrero:

“Que ningún individuo o asamblea barrial asuma, en declaraciones públicas por cualquier medio, la representación de la Interbarrial, como forma de preservar la horizontalidad del espacio. Que la Interbarrial resuelva por domingo, la realización de no más de dos actividades generales por semana. Esto se fundamenta en: a) La necesidad de que no se resuelvan actividades que después no pueden ser sostenidas por los cuerpos de quienes las deciden. b) Que la superposición de actividades nos obligan a relegar el fundamental trabajo barrial que posibilitará el crecimiento y afianzamiento del movimiento de las Asambleas Populares.”

En la correspondiente Interbarrial donde debía ser presentada, la compañera del PO que se propuso para dar nuestro informe no presentó las mociones lo que generó fuertes discusiones en la reunión siguiente de trabajo de comisiones de los martes. Los argumentos fueron que no había sido votada con claridad ya que chocaba con el programa general de las asambleas. Se había arrogado el derecho a tutelar nuestro destino. Aquella tarde del 3 de febrero de 2002 la asamblea Interbarrial votó innumerables mociones, la concurrencia a muchísimas marchas, con la ausencia de nuestra voz, dejándonos un gran malestar. Fue el segundo choque fuerte con la dinámica de los partidos y la oportunidad de asumir el debate sobre organización, fines y medios.

Personalmente preparé un borrador para debatir la cuestión proponiendo explícitamente separarnos de los partidos del sistema. Lo hice circular, algunos compañeros bastante radicalizados lo encontraron demasiado extremista, pero sorprendentemente fue aceptado y un vecino propuso explicitar con qué partidos no queríamos relacionarnos, otro pidió no incluir al Fre.Na.Po. que integraba activamente la asamblea, el resultado fue el siguiente.

Declaración de autonomía de los Vecinos Autoconvocados de Villa del Parque.

El sistema de democracia representativa a través del cual unos pocos – con un poder usurpado- deciden el destino del mundo está cumpliendo su ciclo. La casta política que servilmente administra la dominación está perdiendo toda credibilidad y con ella todos sus privilegios. Disputando ese lugar aparece una democracia distinta donde el poder de decisión no se delega. Una forma de organización igualitaria y horizontal se presenta como modelo de resistencia del presente, y de creación al futuro, y el rostro que presenta es el de la búsqueda de autonomía en los objetivos y en las decisiones.

A la sociedad que se funda en la representación le oponemos la presentación de los cuerpos y los deseos, por eso rompemos de raíz la imposición que reza «…el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes…» y nos convocamos en asambleas vecinales, promoviendo la revocabilidad como mecanismo de control y la rotación como dinámica de autoeducación.

Con estos principios convocamos a nuestros pares a organizarse y definir los rumbos, a hacer de la democracia directa una verdadera organización de las multitudes que construyen el mundo, donde las únicas exclusiones sean los privilegios y las desigualdades, la muerte y la pobreza.

Si nuestra construcción no cobró una forma acabada es porque la estamos creando, pero aun así sabemos que es lo que no queremos; a los intentos de los partidos gobernantes (PP., U.C.R., Alianza) de negarnos legitimación, y a sus desprendimientos ocasionales (ARI, FREPASO, etc.) que intentan encausar nuestro movimiento hacia las vías establecidas por ellos mismos como «normales», les decimos que no queremos ningún tipo de diálogo y construcción común salvo el de la exigencia y el control que se merecen por detentar el poder usurpado. Al grito de rechazo para que se vayan todos le sumamos la certeza de que solo el pueblo salvará al pueblo, y por eso nos reunimos.

23 de Febrero de 2002, Asamblea de Villa del Parque.