En la Argentina, la derecha liberal acaba de hacer una estupenda elección. Se han explicitado diversas pautas que precarizan la vida e hipotecan el futuro, pero aun así la derecha liberal cuasi fascista acaba de hacer una estupenda elección. Increíblemente, o no, en Argentina se están cumpliendo dos décadas del estallido autogestivo de Diciembre de 2001. Desde aquella vorágine de interpelación, protagonismo y creación radical hasta el hoy, la participación democrática activa no parece afianzarse, sino retroceder día a día. Más atrás en el tiempo, casi cuatro décadas atrás vivíamos bajo una dictadura militar, cívica y eclesiástica, que instauró la más cruenta expresión del terrorismo estatal en la Argentina. Que se la llame civil, militar y eclesiástica no debe esconder que se trató de un momento particular y específico a lo largo de un breve espacio de tiempo de lo que a grandes rasgos podemos llamar “la dictadura del capital sobre el trabajo”. Hoy, la democracia presenta cierta continuidad con aquel proceso.

Particularmente en estos días de Noviembre de 2021, transitando elecciones libres de representantes legislativos el clima es de apatía y la situación no parece auspiciosa desde el punto de vista del trabajo. Las personas trabajadoras y el conjunto de su clase no tienen peso en las directivas generales del país. La derechización profunda de la sociedad es un hecho que merece ser reflexionado y combatido; sobre todo cuando el estado parece estar en el centro de la escena, pero interpelado por la iniciativa de esas mismas derechas liberales que esgrimen, paradójicamente, un discurso hacia la antipolítica.

El estado es, entre otras tantas cosas, una manera de estructurar las relaciones sociales en el capitalismo; también es el garante de las normas que tanto en la democracia representativa y burguesa como en las dictaduras militares sostienen el derecho a la propiedad de unos pocos sobre los factores de producción y el sometimiento de los cuerpos como objeto de usufructo. Todo esto bajo el manto de una supuesta igualdad, meramente formal y abstracta. Nos animamos a decir también, que el estado fue y es agente del terror si atendemos a su monopolio sobre el aparato represivo y su capacidad de apagar todo intento emancipativo y libertario de los pueblos.

Así, el camino del estado no presenta huellas transitables para los sectores radicalizados. El poder del Estado es de una intensidad y lógica tal, que siempre puede superarse a la hora de intentar eliminar cualquier resistencia política activa al orden. Solo los innumerables ejemplos históricos del siglo pasado en el denominado campo socialista muestran el rotundo fracaso del querer desarrollar políticas de cambio social radical en el seno del Estado. También los maquillajes y paliativos de las políticas populistas en los últimos tiempos no cesaron de decepcionar, dando lugar precisamente a esos emergentes nombrados líneas arriba de la derecha reaccionaria más cruel y pragmática, dentro y fuera de los gobiernos.

Los diferentes gobiernos y sus equipos de gerentes, han mostrado a las claras los límites y la inconsistencia, en su relato mistificante, de lo que se plantea falazmente como alternativa superadora del neo-liberalismo. Alternativa que no conjura ni cuestiona los dispositivos políticos y estatales, la lógica de la acumulación ni tampoco los contenidos ideológicos que de ellos emanan para seguir garantizando finalmente, aun con todos los matices que se quieran reconocer, la dominación capitalista, hoy expresada fundamentalmente en políticas extractivistas, de astronómicos lucros financieros, tamizadas con un mínimo de contención social mediante una frágil “redistribución” de ingresos de plazos cortos e ineficaz en lo estructural.

 La aventura política de la democracia argentina nos pone (40 años después de la criminal dictadura cívico-militar del ´76 al ´83) ante el retorno al poder de los mismos sectores, los mismos proyectos económicos y hasta incluso las mismas familias que detentaron el “poder real” durante todo el período histórico reciente; verdaderos protagonistas de aquel proceso.

La secuencia política de profundo antagonismo contra el neo-liberalismo que vivió la argentina entre los sucesos de Cutral-Có y la masacre del Puente Pueyrredón, cuyo punto culminante se concentró en las jornadas de Diciembre de 2001, sucumbió ante las imposiciones de las diferentes formas alternativas de gestionar las desigualdades.

Hoy es imprescindible trabajar sobre una subjetividad capaz de gestar las precondiciones –apenas eso- de una necesaria emancipación que nos construya como seres cooperantes de nuestra propia dignidad, frente a la atomización liberal que propone una velada guerra civil que anule todo síntoma de comunidad. Toda una utopía. Pero ese hacer no puede sostenerse en las habitaciones oficiales del mismo Estado represor y su cultura de la representación ya que unos y otros intereses son antagónicos y contrapuestos. El único camino posible, aun con sus enormes dificultades es el de las formas autogestivas, las asambleas, la recuperación de fábricas y la auto-organización de manera relativamente autónoma, por fuera y en contra de los viejos caminos de la política estatal, la reapropiación sobre las decisiones ambientales, sindicales, barriales o la construcción de espacios educativos alternativos. Únicos caminos así se trate de décadas de intentos. Estas experiencias que tuvieron su realidad y momento, en su secuencia marcaron (y marcan cada día que surgen) un antes y un después en la política argentina. Mantienen potencialidades abiertas que hacia adelante distan de estar agotadas y constituyen posibles nuevos puntos de partida que podemos explorar y habitar, pues lo conocido claudicante ya ha demostrado que solo lleva a más derrotas. Si bien estas palabras suenan infantiles y utópicas ante el pragmatismo de quienes están absolutamente derrotadas, el proceso de crisis profunda que transitamos se abre potencialmente a todo tipo de respuestas ante la barbarie que se avecina. ¿Cómo no crear e inventar, frente a las salidas autoritarias neofascistas hoy integradas a la oferta del orden democrático?

Las agendas urgentes tienen a la muerte y el hambre como tópicos, en todas las variantes imaginadas ligadas al mundo de la producción mercantil: saqueos a los pueblos, contaminación sin límites, nuevas formas de esclavitud y sometimiento, un extremo control social y un marco de represión cotidiana ya sea desde las armas estatales, o desde las diferentes modalidades de violencia armada para-estatal o privada que eufemísticamente el establishment llama inseguridad. Sospechando que la mención a cierta autonomía o a la izquierda independiente hoy es una etiqueta vacía para nombrar aquello que no se comprende del todo, o que no encaja en el espacio de la “política de arriba” -la política de gestión- podemos persistir en la creencia de que puede ser un nombre para abarcar a quienes tratamos de pensar una política de masas realmente antagónica con el orden político existente. Política que más allá de su dimensión presente, su potencial o su mera enunciación como proyecto, se intenta transitar, habitar y alimentar por algunas personas y grupos críticas y esperanzadas. Se sabe muy bien que no hay nada nuevo con esto, porque nunca se comienza desde cero. Se trata de tener memoria, revisar los pasos dados y asimilar lo nuevo en el marco de las experiencias previas lejanas y cercanas, propias y ajenas. Se trata de tener prácticas que delineen lo proyectado sin miramientos ni concesiones, descreyendo de acciones hegemonistas o tutelares, confiando y apostando.

Este campo no está exento de una serie de limitaciones que le impiden articularse y articular en una acción política común. En muchos casos se confunde el antagonismo político con la asunción de una serie de principios formales vacíos y defendidos a ultranza de manera mistificante contra toda forma de “impureza”. Además, hay una fuerte inclinación a refugiarse en las identidades particulares y a despreciar todo tipo de esfuerzo por pensar en términos teóricos la situación actual, lo que lleva en muchos casos a quedar a merced de la ideología dominante, que desprecia todo proyecto colectivo totalizador. Existe a su vez un desprecio por la “encarnadura real” del estado contra el que se pelea, lo que ha hecho surgir intervenciones políticas que no tuvieron en cuenta los propios límites o los lugares políticos de resolución de los conflictos, lo que no significa integrarse al estado. Esto que llevó a una continua derrota producida por la ilusión de la posibilidad de autonomía absoluta, inmediata, aséptica puede ser superado. Una apropiación del sentido liberal de la autonomía se tradujo en posiciones individualistas y en no pensar propuestas políticas que sean universalizables, o que puedan ser asimiladas en forma masiva.

¿Cómo superar aquellos problemas, asumiendo como propias o hermanas, aquellas prácticas políticas que no tienen al estado como estación central, y mucho menos como punto de llegada? Si es cierto que el neoliberalismo se tragó a la política, y sabiendo que en soledad o desde la mera teoría sin carne no se va a refundar una nueva secuencia política emancipativa, no hay más alternativa que encontrarnos quienes transitamos y habitamos caminos similares, donde de una u otra manera se intenta cierta ruptura con el pasado, o se busca en la política experiencias de pensamiento, prácticas y organización autónoma del estado y las lógicas imperantes. Intentamos prácticas cuyas búsquedas de autonomía del capital no caigan en la autoexclusión, por tanto, creemos que no hay intervención que transforme lo social si no es antagonizando, haciendo y pensando críticamente. Persistiendo y confiando en las potencias de las luchas.

Publicado en ContrahegemoníaWeb

elmargen.com.ar

14 de Noviembre de 2021