2002, El año que hubo asambleas. Parte 2.

Pañuelos de contramano.

Luego de la convocatoria del 24 de marzo recordando el golpe de estado de 1976, la situación fue distinta. El 24 fue un hito fundamentalmente para los cientos de vecinos que nunca habían participado en marchas y manifestaciones. En cierto nivel del mapa político el saldo fue la visibilidad de las asambleas junto a otros grupos, una actitud militante y comprometida impulsada en la fuerza de la masividad. Pero también produjo desconcierto e incertidumbre, emergieron divisiones y enfrentamientos de las distintas corrientes políticas. La avenida donde se marchó fue escenario y vidriera de la fragmentación; columnas separadas, partidos en franca competencia; organismos de derechos humanos que se negaron a compartir un espacio común, de manera bizarra abandonaron la plaza marchando a contramano, ante la sorpresa y estupefacción de los vecinos.

Al ver expuestas las propias diferencias, los asambleístas abordaron profundamente la cuestión de la identidad y los intereses, se acentuaron las preguntas sobre los sentidos, destinos, proyectos, los tiempos y los enemigos, encontrando que los acuerdos que sostenían al movimiento eran más frágiles que lo deseado.

Estaba muy fresca la experiencia de la Asamblea Interbarrial Nacional en el Parque Centenario, una multitudinaria convocatoria que desnudó las disputas de los partidos de izquierda al punto que muchísimos asambleístas con manifiesta indignación abandonaron el lugar. La interminable lista de oradores, la extensa lista de consignas, marchas y solidaridades, escondían todo vestigio de operatividad y efectividad; la participación se reducía a un ritual de expectación y repetición, en resumen la Asamblea Interbarrial Nacional impactó en cuanto efecto “hacia afuera” pero dejó cierta desazón al interior por no reflejar fielmente la riquísima vida política de la cotidianeidad “asamblearia” en los barrios.

Abril fue cruzado por la convocatoria a los actos del Primero de Mayo, donde las internas se exasperaron. Un agravante empobrecía el proceso: la manipulación de decisiones y votaciones, la alteración de comunicados a la hora de difundir y efectivizar acciones, costosos afiches que aparecían sin conocerse su origen y confección, fueron arma de los partidos para definir cuestiones importantes como las resoluciones de las asambleas o definir formatos y lugares para los actos. Asambleístas de varias asambleas que integraban la comisión elaboraron un documento denunciando detalladamente lo sucedido pero no pudo evitarse que dos convocatorias compitiesen, y el estar en una u otra era casi producto del azar para las asambleas. Todo debate profundo vino después y despiadadamente crítico hacia los partidos, sobre todo a Izquierda Unida.

Los asambleístas reaccionaban llevando estas dificultades a sus propias asambleas, abandonando los lugares de coordinación, expresando cansancio y desazón; su cantidad comenzó a disminuir, el exceso de marchas produjo cansancio y pocos efectos de corto plazo; lejos de irse, el presidente Duhalde afianzó momentáneamente su poder y mucha gente volvió a la normalidad de su vida. La crisis continuaba junto con el gobierno. Como saldo interno, los intereses de los asambleístas se hacían irreconciliables con los de los partidos mientras germinaban los frutos del trabajo local en la propia constitución de las subjetividades, en la creciente riqueza de las experiencias colectivas, en la novedad de algunos discursos. Para aquellas personas era una nueva forma de protagonismo político.



Politizar la crisis

Pedir actitudes anticapitalistas en tres meses de asambleas a un movimiento altamente heterogéneo era un deseo anacrónico e ingenuo. Sin embargo un continuo proceso de autoformación afinaba el proceso de constitución. La crítica al elector pasivo, al ciudadano “cliente y consumidor”, el rechazo de las políticas públicas de brindar servicios que desplacen derechos, fueron los primeros alcances con sus consecuentes logros organizativos. Semanalmente había reuniones zonales de distintas asambleas que organizaban la lucha contra las empresas privatizadas. La reestatización era un primer reclamo hacia el estado, enriquecida con el proyecto de un activo control ciudadano o popular que contemplaba un lugar de mando a los trabajadores. En los hechos esos deseos estaban muy lejos de poder realizarse; salvo raras excepciones (por ejemplo los trabajadores de un minoritario sector del ferrocarril) los trabajadores no se involucraban en la crítica al estado de situación, como tampoco habían resistido las privatizaciones con demasiada fuerza años atrás. La efervescencia asamblearia iba mucho más lejos que la voz de la izquierda que en los años noventa apenas clamaba “defendamos nuestras empresas”.

Un ejemplo vivido en nuestra asamblea en los primeros días llevó a tener indicios de actitudes anticapitalistas, a rechazar la lógica imperante de más ganancia en menos tiempo y al menor costo posible. En los primeros días de asambleas un vecino del barrio, Rodolfo Denegri, falleció al explotar una cámara subterránea de electricidad. Sus abogados participaron de la asamblea. Asumimos las luchas por el esclarecimiento, aprendiendo de la desidia empresarial, la falta de puestos de trabajo en mantenimiento, interpelamos a la sociedad dormida con palabras que remitían a hechos comprobables, que no les eran ajenos a sus vivencias cotidianas inmediatas. Tiempo después al descubrir que un importante número de los transformadores en el barrio eran altamente contaminantes y cancerígenos, hicimos un mapeo y señalamiento hasta que logramos sus reemplazos. Si para la política tradicional estas eran acciones menores porque había que lograr ocupar el lugar del poder en el estado, para muchos de nosotros eran efectivas políticas anticapitalistas que disputaban palmo a palmo la configuración del mundo desde la base, y si había coincidencia en que no podíamos limitarnos a eso, aprendimos que era necesario comenzar por allí.

El cuestionamiento del orden encontraba como el rol de consumidores reemplazaba al de ciudadano, que el servicio reemplazaba al derecho, y en ese camino se transparentaban cuestiones de clase que el aparecer del mundo ocultaba. Ese trabajo de deconstrucción podía darse porque decenas de personas se encontraban en el espacio público e intercambiaban pareceres, aportaban información y saberes, se pensaba críticamente al mundo social, se desnaturalizaban innumerables prácticas aceptadas. Nada más y nada menos. Aquellos pasos eran dados cuando un proceso común llevaba a ellas, de nada servían las grandes declaraciones o los comunicados dogmáticos y escolásticos. Se hacía política crítica.

“Convocatoria. Ante la situación de avasallamiento de muchos de nuestros derechos básicos con las recientes medidas económicas, las subas de precios y la inflación como mecanismo de degradación del valor de nuestro trabajo y el poder adquisitivo, la Asamblea de Villa del Parque convoca a los vecinos a participar para exigir los siguientes puntos: reducción de las tarifas de los servicios esenciales (agua, luz, gas y teléfono); tarifa social mínima para jubilados y desocupados; suspensión de los cortes de servicios por falta de pago; reducción de los impuestos de A.B.L. para jubilados, desocupados e inquilinos de escasos recursos.

La Asamblea de Villa del Parque convoca a todos los vecinos del barrio a sumarse a la difusión de esta invitación, a participar activamente de las decisiones adoptadas y a continuar con la lucha por mantener nuestra dignidad sosteniendo que no reconoceremos deberes si se avanza sobre nuestros derechos. Las empresas privatizadas han obtenido demasiadas ganancias gracias a contratos que hoy están en cuestión, y es hora que asuman la parte que les toca en la crisis que estamos viviendo”.

Por esos días realizábamos una charla debate sobre la deuda externa en un importante auditorio del barrio. Se acercaron asambleas cercanas y casi trescientos vecinos y vecinas; como panelistas participaron Eric Calcagno, Marcelo Freyre y Jaime Fuchs de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, en aquel entonces opositores a las políticas de la banca internacional. Eran otros tiempos y los discursos no temían radicalizarse. Se tomó como propio el dictamen del juez Ballesteros a raíz de la investigación y denuncia de Alejandro Olmos, se trabajó el concepto de deuda odiosa denunciando la ilegitimidad de la deuda. Se rechazaron las injerencias del FMI, el BM y se esgrimieron en el barrio las primeras denuncias contra el ALCA. La situación de politización era absolutamente inédita; circulaban materiales de lectura, relevábamos datos y estadísticas, interpelábamos al vecino de diversas maneras. Paulatinamente el foco moralista de una cuestión moral corrupta pero ocasional de los funcionarios de turno se deslizaba hacia el funcionamiento estructural de una maquinaria de acumulación de riquezas fundada en el trabajo. Así comenzamos a tener reflexiones sobre la condición del trabajo en la sociedad capitalista, nos preguntábamos sobre las organizaciones de los trabajadores, sus roles y funciones; conocíamos nuevas experiencias autogestivas a las que apoyaríamos luego activamente con presencia y difusión. Como Brukman, Zanon, pequeñas empresas recuperadas en los barrios eran apoyadas en su resistencia y persistencia por los asambleístas.

Aquella noche del Ateneo Cecilia Bernasconi, antes del debate leímos un documento que recordaba al Cordobazo.

“leeremos el relato de los hechos que hiciera en la cárcel, uno de sus principales mentores. Dirigente ejemplar, luchador clasista, íntegro, lúcido, coherente. Nos estamos refiriendo al lucifuercista Agustín Tosco…”.

Desconocido para buena parte de los presentes, por edad, vivencias o el ocultamiento de la historia común a las versiones de los vencedores. Casi casualmente, el marco para la lectura del texto era un paro convocado por la conducción burocrática de la CGT autodenominada disidente, conducida por Hugo Moyano. El debate fue riquísimo, concluyendo que haríamos una jornada de difusión denunciando tanto a la situación económica como a aquellos que no nos representaban y considerábamos parte del bloque político dirigencial alcanzado por nuestro ¡que se vayan todos! Ya en los primeros días de asamblea, espontáneamente al terminar el encuentro realizamos un escrache al sindicalista histórico Saúl Ubaldini, que vivía a pocas cuadras con una altísima aceptación de los vecinos algunos de los cuales afirmaron haber esperado años ese momento.



Propiedad privada y ocupación

Las tomas de predios y los emprendimientos locales intensificaron las tensiones entre las distintas maneras de entender la política y los conflictos sociales. Hubo tomas y ocupaciones de las asambleas de Villa Crespo, Villa Urquiza, Almagro, El Cid Campeador y Saavedra entre otras. Los Vecinos Autoconvocados de Villa del Parque ocupamos un terreno baldío del Banco Nación abandonado años atrás. Se trataba de una esquina oscura y de veredas rotas, con mucha suciedad y habitada solo por ratas.

La cuestión de las tomas como prácticas sociales antagónicas había sido hablada en varias oportunidades, pero al principio resistida como proyecto colectivo de toda la asamblea. Cuando la idea se aceptó y se hizo pública se abrió una disyuntiva: lo pediríamos a sus dueños o lo ocuparíamos para luego dar pelea y mantenerlo. Las dos opciones fueron contempladas, se hizo una carta al banco -que no se enviaría hasta la toma- y se debatió muchísimo cómo encarar la ocupación sin que el resultado significase una imposición de un grupo sobre el todo, se desechó la idea de tomarlo sin un consenso amplio.

Necesitábamos hacer pié en un lugar fijo para desarrollar una serie de trabajos en proyecto, paulatinamente aumentaba la necesidad de tener espacios donde realizar diversos trabajos, paralelamente al creciente cuestionamiento del abandono estatal de algunas necesidades; una de las primeras propuestas fue instalar un merendero. Al momento de ocuparlo, la asamblea estaba dividida en dos líneas que no terminaban de separarse o de superar las diferencias: un grupo que promovía el trabajo local para proyectar la asamblea desde allí hasta los planos más generales y el otro que buscaba llevar vecinos hacia las instancias “políticas más serias” (la Interbarrial de Parque Centenario, la Asamblea Constituyente, las marchas, la macro política). Es obvio que este segundo grupo –principalmente los militantes partidarios- no apoyaría la toma, o al menos no iba a ponerle el cuerpo.

La acción suponía una multiplicidad de aspectos, coordinación, compromiso de los asambleístas, relación con los vecinos, y fundamentalmente una revisión de la relación entre lo legal y lo legítimo. Partíamos de estar en asambleas que eran legales (recordemos que el pueblo no gobierna ni delibera si no es a través de sus representantes) y con la ocupación del terreno baldío surgían objeciones fundadas en la ilegalidad de la acción, sin tener en cuenta que se trataba de una propiedad estatal. No faltó la comparación con la toma de una casa de familia, pero se salió del brete alegando la recuperación de un espacio público, no buscábamos su propiedad sino el uso. Se distinguía entre legalidad y legitimidad. El segundo argumento era hacer de un bien ocioso y privado algo útil y colectivo, se instalaba la cuestión del hacer.

¿Buscábamos insertarnos en los marcos legales constituidos o más bien queríamos fundar un orden nuevo, con otras relaciones de legalidad? Muy de a poco tomábamos al cambio social como objetivo, de manera difusa, desde lo práctico.

Paralelamente a estas definiciones, y al crecimiento local, nos distanciábamos de los partidos que participaban muy poco de las comisiones y los trabajos concretos, y además descreían de la toma. Paradójicamente, fueron los partidos de izquierda que contaban con representantes en el estado los que se opusieron a cualquier diálogo con los legisladores porteños (al punto de rechazar la visita de varios de ellos a la plaza cuando la cuestión de la toma estaba en su punto más cálido). Nuestra idea era conseguir el apoyo de las fuerzas políticas e instituciones reconocidas en el barrio y la presentación de firmas de vecinos (que fueron muchísimas). Entendíamos que la autonomía no peligraba con una negociación, aprendíamos en los hechos que se trataba de una relación de partes. Negar al estado era infantil, la cuestión era cómo manejábamos la relación.

En el barrio trabajamos un petitorio con el que recolectamos una enorme cantidad de firmas, el texto era el siguiente:

“La situación económica del país es por lejos la más difícil de su historia. Las últimas cifras indican que más de la mitad de la población vive en un estado de pobreza inédito, sin que se perciba una real alternativa ofrecida desde los poderes económicos políticos. Paradójicamente, esta crisis la vivimos en uno de los países más ricos del planeta y con menor densidad de población.

Precisamente en este marco, es que apoyamos iniciativas de producción como la impulsada por la Asamblea de Villa del Parque –la construcción de una huerta orgánica y hornos de pan- en el terreno baldío abandonado por el Banco de la Nación Argentina desde hace más de diez años en la esquina de cuenca y marcos sastre. Consecuentemente con ello, pedimos a las autoridades del banco que otorguen el permiso de uso a los vecinos para que estos puedan seguir cumpliendo con las tareas sociales que han asumido.”

La toma significó un atisbo de re-unión al menos entre los vecinos que no militaban en partidos, hermanados ante los intensos trabajos. En pocos días levantamos un horno de barro, desmalezamos el terreno y llegamos a plantar. Se acercaron muchísimos vecinos y algunos se integraron definitivamente a la asamblea pero la ofensiva del banco no tardó. Realizamos dos masivos escraches al Banco Nación, impedimos varias veces descargar materiales e iniciar las obras pero nuestra resistencia fue inútil. Levantaron una pared de ladrillos sin ninguna puerta y sólo pudimos entrar esporádicamente bajo un riesgo mayor. Nuestro horno y la naciente huerta quedaron abandonados.

El saldo no fueron las manos vacías: se instaló la cuestión de lo público no estatal, generamos huellas imborrables en nuestras subjetividades, en franco antagonismo con la lógica imperante (propiedad, egoísmo, individualismo, conformismo, mercantilismo). Además de hacer propaganda de nuestras intenciones con hechos, nos construimos como sujetos colectivos. Atacamos el sentido común establecido e invitamos al resto de la sociedad a sacudir sus ideas. Hicimos causa común y solidaridad activa con otras luchas, piqueteros, desocupados, familias que ocupan para vivir, trabajadores que se apropian de sus lugares de trabajo tras la huida del capital. ¿Qué mejor manera de ayudar a los luchadores que son señalados por la sociedad, haciendo parte de un nuevo sentido común aquello que la misma sociedad tilda de destructivo? La última acción que realizamos fue una masiva asamblea visitada por compañeros y compañeras de los más diversos espacios. Entramos saltando el muro y elaboramos pan. Lejos de quedar derrotados, esa noche se tendió la amistad con los habitantes de la cooperativa de vivienda de La Lechería, en donde pocas semanas después haríamos talleres, actividades y se fundaría una escuelita.



Escrache y creatividad

Hacía tiempo que el escrache era la forma de intervención adoptada por la agrupación HIJOS, una novedad de un rico contenido porque “convocaba a convocar”, interpelaba al sistema político en su totalidad desde un lugar pacífico pero contundente. Si no hay justicia hay escrache, decía su lema. La relación entre puestas performativas, de acción artística y política, con los nuevos movimientos sociales en los años noventa fue muy estrecha. Nuevas maneras de actuar buscaron nuevas maneras de transmitir y comunicar. Hacer un relevamiento histórico de los antecedentes excede los alcances de este espacio. Participé a mediados de los noventa de un grupo independiente de Filosofía y Letras que realizaba intervenciones teatrales con potentes contenidos de fuerte interpelación y alcances propositivos, y no éramos los únicos. Los movimientos contra la globalización capitalista que precedieron a las asambleas también fueron novedosos al momento de intervenir, sobre todo por su carácter abierto y horizontalista, y el espacio para la teatralización o las acciones performativas con raíces en el situacionismo. Las asambleas no dejaron de tomar ninguna de las prácticas que cuestionaran de hecho al anquilosamiento de lo establecido. De manera casi natural hubo una ligazón entre asambleas y escraches.

El 23 de marzo la Asamblea de Villa del Parque realizó el suyo, al ex dictador Galtieri, que vivía en el barrio de Villa Devoto, a pocas cuadras de la asamblea. La convocatoria tuvo una gran respuesta: se acercaron asambleístas de distintos barrios, la murga local que se consideraba con buenas razones parte de la asamblea agregó color y sonidos. Fue una demostración de organización y efectividad donde no hubo el más mínimo problema. La respuesta de los vecinos también fue sorprendente. Habíamos tenido el antecedente de un escrache al dirigente sindical y luego diputado Saúl Ubaldini en los primeros días de Enero. Se repitieron también contra los locales de las empresas privatizadas de servicios públicos. Esa modalidad de manifestación se había adoptado entre otras intervenciones callejeras que funcionaban de aglutinante y coordinación, y al poco tiempo, un buen número de asambleístas de diversos barrios fueron parte de la Mesa de Escrache Popular.

La forma pacífica de manifestar era fundamental en tanto rechazo de la violencia institucional imperante; además, las causas de los asesinados en los días de diciembre siempre estuvieron presentes. La muerte y la violencia eran parte de la génesis del movimiento asambleario. Si había un acuerdo tácito era el rechazo del uso de métodos violentos. Así, cuando el presidente Duhalde calificó a la etapa presente como pre-anárquica, y se negó a reconocer como actores políticos a los asambleístas, los acusó de violentos. Como respuesta, los Vecinos Autoconvocados de Villa del Parque publicamos una declaración. Este es un resumen: “Las asambleas no somos violentas, los verdaderos violentos son los que avalan un sistema en donde el hambre mata… Los que cobran jubilaciones de privilegio… Los que se preocupan por la licuación de pasivos de las grandes empresas… Los que desde el gobierno lucran con los planes trabajar. Los que bendicen represores. Los que firman leyes de obediencia debida, punto final, indulto, flexibilización laboral…”.